- ¿Por
qué decidiste escribir?
- Siempre he tenido historias en mi cabeza.
Disfrutaba creándolas, pero nunca se me ocurrió escribirlas, pues eso era cosa
de escritores de verdad (risas). Hasta que un día, precisamente con amigas en
Internet, surgió la idea de que alguien escribiera una novela para compartirla
y comentarla. Y no lo pensé. Me presenté voluntaria rápidamente. Aunque siempre
he publicado contemporánea entonces escribí una histórica, muy apasionada y
romántica. Desde entonces no he dejado de escribir.
- Hace
poco he visto un video de un niño que está cansado de que todos le pregunten
qué quiere ser de mayor, tiene claro que cuando sea mayor quiere seguir siendo
pequeño, ¿siempre tuviste claro lo que querías ser de mayor?
- Nunca tuve claro lo que quería ser. De hecho,
no quería ni oír hablar de ser madre, y cuando llevaba cuatro años casada sentí
la necesidad de serlo. Ahora tengo dos hijos maravillosos que son mi vida. Lo
que sí puedo decirte es que siempre me ha gustado crear cosas. Y ahí he tocado
todos los géneros: poeta, fotógrafa, pintora, restauradora, maquetista,
diseñadora… Incluso diseñé mi vestido de novia, y el de mi hija para que
llevara las arras en una boda. Cuando veo algo que me gusta me embarco en
hacerlo por mí misma. Resulta muy gratificante, y además relaja.
- ¿Qué
me puedes contar de esa historia que está saliendo de tu imaginación en estos
momentos?
- Puedo contarte que es una historia de amor muy
especial, con colores, olores y sabores. Muy diferente a todas cuantas he
creado hasta ahora. Mi hija y su pasión por la medicina y por los más débiles me
inspiraron a la protagonista femenina. Aunque no físicamente, porque necesitaba
una mujer corriente y mi hija es una belleza de enormes ojos azules.
- ¿Qué
es lo que más te cuesta decidir de una novela una vez que tienes clara la trama?
- No sé. Creo que no hay nada que me cueste más
que el resto. Desde el principio suelo tener clarísimo cómo quiero que sea el
final, y también las escenas más importantes. Lo demás va surgiendo a medida
que avanza la trama, como ocurre en la vida real, en la que cada acción tiene
unas consecuencias y nos va dibujando el camino.
- ¿Qué
sentimientos esperas despertar en tus lectores?
- En cada escena y en cada momento, uno
diferente. Siempre intento que el lector sienta lo mismo que los protagonistas.
Que entre en su piel, en su alma, y que goce, ría o sufra con ellos. Para mí
esa es la magia de los libros, y me encantaría que los míos la contuvieran en
cada una de sus páginas.
- ¿Qué
estás leyendo?
- Últimamente he leído poco por falta de tiempo,
y cada novela me ha durado bastante. Ahora parece que se han alineado los
planetas en mi favor y estoy más ociosa, acabo de empezar con Palmeras en la nieve, de Luz Gabas. Es
una de las cientos de historias que estoy deseando leer y para las que no
encuentro el momento.
- De
todos los libros que has leído, ¿cuál te ha despertado más sentimientos?
- El
penúltimo sueño, de Ángela Becerra. Lloré muchísimo con él, y se convirtió
en mi libro de cabecera al que recurro cada cierto tiempo. Y también uno de los
que estimula a mi inspiración. Está escrito con un delicado idealismo mágico
que te envuelve y te llena de sensaciones.
- ¿Hay
alguna novela que te gustaría ver en la gran pantalla?
- Lo cierto es que no. Muy pocas veces las
películas hacen justicia a los libros. Incluso cuando las adaptaciones me han
gustado mucho he seguido prefiriendo la novela.
- Tengo
la costumbre (no sé si buena o mala) de guardarme las frases que me fascinan en
los libros que leo, ¿tienes alguna que te haya gustado especialmente?
- Tengo muchas, pero hay una que me impactó por la
simpleza de su significado, pues muchas veces justificamos el no hacer cosas
diciendo que solos no podemos cambiar el mundo. En realidad son dos frases entresacadas
de un diálogo. Es de El Atlas de las
Nubes, de David Mitchell. La primera frase la dice el suegro de Ewing, muy enfadado, cuando Ewing y su esposa
acaban de contarle que viajarán al Norte para luchar contra la esclavitud que el
suegro sí mantiene y defiende. La segunda frase es la respuesta que le da
Ewing.
«- ¡Y cuando exhales el último suspiro, sólo
entonces, te darás cuenta de que tu vida ha sido como una minúscula gota en un
océano infinito!
- Y, sin embargo, ¿qué es un océano sino una
multitud de gotas?»
- Todos
tenemos un año, un verano, una época de nuestra vida que recordamos con
especial entusiasmo, ¿cuál es la tuya?
- Cuando con 20 años conocí al que años después
se casó conmigo (risas). Aquello se convirtió en una continua montaña rusa de
emociones desconocidas e imposibles de controlar. Solo con pensar que iba a
verlo me ponía literalmente enferma (risas). Recuerdo que en una ocasión en la
que yo iba en el tren sabiendo que él me esperaba en la estación, los nervios
se me pusieron en el estómago de tal manera que necesitaba vomitar. Al
descender del tren corrí al servicio sin que me viera, vomité, me lavé la cara
y la boca y después corrí a donde me esperaba. Por suerte, entonces todavía no nos
habíamos besado. Eso llegó semanas después (risas).
- Si me
pongo a curiosear en tu biblioteca particular, ¿qué tres libros me
recomendarías?
- Por mucho que siga leyendo y encontrando
libros que me gustan, hace años que mis favoritos siguen siendo los mismos.
Estoy ansiosa porque llegue alguno que los desbanque, pero hasta entonces
seguiré recomendando El penúltimo sueño,
de Ángela Becerra. Seda, de
Alessandro Baricco. Cometas en el cielo
o Mil soles espléndidos, de Khaled Hosseini
- ¿Qué
adjetivo te define mejor?
- No es fácil definirse a uno mismo, porque
pocas veces nos vemos como somos realmente. Y nos equivocamos, tanto para bien
como para mal. Así que te diré las palabras con la que me definen más veces los
que me conocen bien. «Feliciana» y «dulce». Y es que soy de esas personas que
encuentran felicidad en todo y que solo ven problemas donde realmente los hay.
Y a esos, cuando de verdad aparecen, les dedico el tiempo justo para
resolverlos. Por suerte, uno de mis hijos lleva ese gen mío de la despreocupación
y la felicidad continua (risas).
- ¿Una
canción que te emocione?
- Hay unas cuantas. She de Elvis Costello me llega muy hondo cada vez que la escucho.
Tiene magia.
- ¿Puedes
contarme una anécdota divertida de esas que se comparten con los amigos y
recuerdas con el paso de los años?
- Mis padres viven junto a un riachuelo de aguas
muy frías. Al otro lado hay una fuente de agua con mucho hierro, y recuerdo que
de pequeñas íbamos todos los días a por agua. Y también un montón de veces a
jugar a escondernos en el monte. Crecimos semi-salvajes (risas). En una ocasión
iba leyendo y no dejé de hacerlo al cruzar el puente, con lo que calculé mal mis
pasos y acabé dando uno en el aire y cayéndome al agua. Bajaron todos asustados
a por mí, y cuando me sacaban mi única preocupación era que rescataran mi libro
porque quería seguir leyendo. Me preocupaba que estuviera tan empapado como
estaba yo (risas).
- Y por
último, una curiosidad muy personal y que da título a la entrevista, ¿cómo es
una tarde de domingo con Ángeles Ibirika?
- Depende de si es una tarde de verano o de
invierno. Aunque realmente se diferencian en cosas como que cambiamos el
interior de la casa por el jardín. Y que en el verano siempre hay alguien de vacaciones al que echamos de menos.
Las tardes de domingo hacemos reunión de
hermanas, hijas, novia de hijo y amama mientras los hombres se dedican a sus
cosas (películas, deportes o trabajos en el jardín si es verano). Pero acostumbran
a unírsenos a la hora de la merienda. Porque siempre merendamos: chocolate con
tostadas, tortitas americanas, tarta… Lo que se nos ocurra hacer ese día. Pero
sobre todo charlamos y nos reímos mucho. Y re-estrechamos lazos, porque esos
hay que cuidarlos cada día para que no se deterioren. Y si no puedes cada día,
pues cada tarde de domingo. En lo bueno y en lo malo, no hay nada más
importante ni más hermoso que la familia. Aunque nuestras reuniones están
siempre abiertas a otras visitas, esperadas o inesperadas. Siempre hay sitio,
merienda y conversación para quien llegue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario